*Carlos Barral y Carlos Chino Domínguez
encuentro cerca de la mar de Calafell.
Corría el año 1986 cuando mi padre en
compañía del poeta César Calvo -al que por alguna razón- siempre le dije tío- se despidió y partió rumbo a Europa sin saber cuál era su destino. Unos
días antes, el poeta le dijo: Chino! Tienes tu pasaporte? Dámelo que nos vamos
de viaje. ¿Cómo y por cuánto tiempo, ni él lo sabía… Primer destino, Barcelona.
“Allí
tengo muy buenos amigos, que me gustaría que conocieras”, le dijo Calvo a mi
padre y así fue. Mientras yo seguía pensando que algún día conocería la
misteriosa Barcelona me quedé leyendo una vez más. Tomaron el avión un
veintitantos de marzo, no lo sé, pero el 30 de aquél mes -mi padre- Chino Domínguez, se sentó en una
de las mesas de L’Espineta junto a Carlos Barral, licenciado en Derecho, ex
senador y parlamentario europeo, pero sobre todo poeta, uno de los más
complejos y completos de su generación.
“El poeta del Mar,"solía llamarle mi padre. “Es todo un personaje, es una imagen perfecta para fotografiar,” me
comentó alguna vez, y era cierto, las fotos hablan por sí mismas. Pero lo
más envidiable era las noches de tertulia y bohemia que pasaron en Calafell de
las que son testigos silenciosas las olas de aquel mar catalán. “Su
delgadez visible era como un Quijote y combinaba con el bronceado adquirido en
su piel. La gorra de su entrañable Capitán Argüello con el cigarro en la mano me marcó al personaje perfecto, le tomé muchas fotografías, adoraba
Calafell”, me contaba entusiasmado mi padre.
Por mi parte, soñaba con algún día conocer a aquellos personajes pero el tiempo fue mi peor enemigo; sin embargo, hace unas semanas fui tras los
pasos de mi padre a su paso por Calafell.
Totalmente
cambiada a las fotos que me mostró, caminé por la playa hasta llegar a la
casa de Barral, hoy convertida en Museo y una de las casas más emblemáticas de
la zona entré por la pequeña puerta azul. Cerré
mis ojos, el olor a mar inundaba su interior, reparada por el ayuntamiento
ayudan a mantener la historia viviente y el legado literario del poeta
barcelonés que lo albergó desde su infancia.
"Las noches eran interminables entre Calvo y Barral, las tertulias eran más que entretenidas, me daban ese ambiente de poesía con olor a mar, antigüedades y bohemia que necesitaba para fotografiar," solía decirme papá.
Subí a
conocer la casa, se guardan perfectamente parte de su biblioteca, fotografías,
pinturas y dibujos. Pero allí en un breve espacio –como la canción de Pablo
Milanés …El breve espacio en que no estás, se encontraba su máquina de escribir,
detenida en el tiempo con las huellas de quizás : Las aguas reiteradas, Lecciones
de cosas: Veinte poemas para el nieto Malcolm o sus Memorias de infancia,
incompletas e inéditas.
Cerré
mis ojos para soñar y sentí las risas de sus hijos corriendo por la casa y el
vaivén de las olas del mar romper en la orilla. El clap clap de la vieja
máquina de escribir, el olor a tabaco de aquellas noches de tertulia de un
encuentro de grandes amantes de la bohemia. Largas pláticas y las miradas
cómplices de amor de Barral y su esposa Ivonne. Era tal y como lo vi una y otra
y otra vez en las fotos de mi padre. Ese era el Carlos Barral que conoció el
Chino Domínguez.
Me
despedí del maestro junto a mi padre que seguro me veía entre aquellos recuerdos. Iba de la mano de mi esposo sin poder explicarle esa sensación de emociones encontradas que sentía dentro de mí. Caminamos por las arenas hasta divisar LÉspineta, la taberna marinera de Barral. Casi estábamos por entrar cuando un joven de pelo castaño claro con pequeños mechones dorados, me dijo ser su hijo Alexis, no podía ser de otra manera era la viva imagen de su padre, aunque me comentaron que uno de los nietos tiene el parecido exacto.
-Pasen!
Pasen! – nos dijo, Alexis mientras entraba y salía del local con algunas cajas.
Sin más, entramos al mítico local, lleno de fotos, recuerdos y recortes de periódicos. L’Espineta esperaba la llegada de clientes. Detrás de la barra estaba Yvonne,
una de las hijas de Carlos Barral.
-Soy la
hija del fotógrafo peruano Carlos 'Chino' Domínguez, estuvo con tu papá por los
ochentitantos junto al poeta César Calvo- le dije.
-Claro
que los recuerdo, eran épocas de mucha bohemia.
Su calurosa
bienvenida y hablar de ellos fue un nexo encontrado en el tiempo. Conversamos de
mucho y de poco. Me contó anécdotas de su padre y cómo él llegó a Calafell, lo
difícil que era ahora publicar un libro, cómo mantienen erguida L’Espineta por
su historia cultural y lo que ella significa para Calafell. Creo que si la
taberna marinera dejara de existir y la Casa Museo no abriera más sus puertas,
Calafell dejaría de ser de Barral, porque Calafell es Barral y viceversa.
L’Espineta
acogió a mi padre, al poeta César Calvo, José Agustín Goytisolo, Juan Marsé -en
aquél año 86 entre marzo y mayo- y sus mesas
se llenaron de vasos y copas, lapiceros papeles, anotaciones, tabaco, fotografías y charlas, muchas charlas
con el fondo del día y la noche de la playa de Calafell.
El menú estaba listo y el letrero a la perfección. Mi
padre contaba que L’Espineta tenía una magia inexplicable. Al caer la noche las
luces alumbraban la taberna con la música del mar como fondo. El escenario perfecto para los amantes de los libros, la bohemia, Barral y
Calafell.
Si bien aún hay mucho por conversar sólo sé que pude
viajar en el tiempo y conocer a Yvonne y Alexis, como mi padre a Carlos Barral. Aquella tarde fue tierna, cálida, de viejos sueños,
de grandes ansias por descubrir a los
personajes capturados por El Poeta de la Fotografía: Carlos Chino Domínguez.
(Mary
Domínguez. Barcelona 2013)
Hombre en la mar.
poema de Carlos Barral i Agesta (Barcelona 1928-1989)
"Lo
sé. Desaparecerán los últimos, / sus barcas / demasiado pesadas envejecen, / y
esta vez para siempre, en la dorada / hoz de arena finísima / que ahora /
pueblan de parasoles los bañistas". Y más aún adivinó el poeta el porvenir
inquietante de Calafell, que había sido para él el mito de la infancia feliz:
"Implacable, / crece aprisa un suburbio / de hoteles y terrazas donde
estaba / la silla del recuerdo".
"Las noches eran interminables entre Calvo y Barral, las tertulias eran más que entretenidas, me daban ese ambiente de poesía con olor a mar, antigüedades y bohemia que necesitaba para fotografiar," solía decirme papá.